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19 feb 2013

DICKENS & COPPERFIELD I



Tenía la intención de leer el "David Copperfield" de Charles Dickens antes de finalizar el año 2012 ya que se conmemoraba entonces el bicentenario del nacimiento del más prestigioso escritor inglés (junto a Shakespeare, claro). De hecho ya tenía comprada una edición conmemorativa en edición bolsillo, concretamente de la Editorial Alba en su colección "minus clásicos" (La edición de bolsillo, dicho sea de paso, es un mamotreto de 1.022 páginas). Mis múltiples compromisos con libros retrasados y promesas varias, casi siempre inconclusas, me llevaron a dejar la lectura para otro tiempo más propicio del que , ahora afortunadamente, doy cuenta al haberlo concluido hace pocas fechas.

Ya me conocen Vds. y saben que soy hombre de preámbulos, por lo que les comentaré que la relación que he mantenido con esta obra se remonta a la década de los 80 cuando intenté leerla en inglés en un libro ya antiguo, que conservo actualmente como oro en paño, editado en 1850 por Bradbury & Evans, Bouvery Street de Londres, regalo de mi esposa el 3 de diciembre de 1980. Al poco la tarea me pareció de demasiada envergadura y la abandoné al cabo, no sin olvidar por ello al autor de Portsmouth. Tal es así que, a finales de 1989 leí "Historia de Dos Ciudades", edición de El Libro Aguilar que compré en Barcelona en octubre de ese mismo año y que me gustó una barbaridad. Y al poco, esta vez como préstamo materno, me metí en "Los Papeles Póstumos del Club Pickwick", sin que ahora recuerde la editorial ya que el libro sigue en manos de su titular original. Si recuerdo que el libro me pareció más que excelente, divertido en grado sumo. E igualmente recuerdo que era el libro favorito de mi abuelo José María Folache, gran lector y humanista de los que ya no se estilan, quien en la última página del libro fijó el siguiente manuscrito: "Terminado de leer por enésima vez el 2 de agosto de 1976. Gracias San Ch. D."





Una vez vencido el escollo del preámbulo, quizás poco interesante para el lector apresurado, no tanto para aquél que sienta contento en la continuidad de palabras que lleguen, en el mejor de los casos, a significar algo, diré que la lectura del "David Copperfield" me ha dejado satisfecho, pero también pensativo.

Durante los primeros pasos de la novela, en tanto el libro lo tomé, dada su longitud, como un camino, con su salida y meta final, no dejé de comparar lo que leía del autor inglés con lo que había leído de otros grandes autores de la novela clásica del siglo XIX. Por mi cabeza aparecían los personajes de Dostoievsky, Tolstoi o Sthendal y deducía que el inglés jugaba con ventaja. El hecho de sacar a primera línea del proscenio a un niño, y contemplar el mal rato que el pobre pasa en los distintos avatares de su niñez y primera juventud, enternece a cualquiera. Dickens toca de inmediato la fibra sensible del lector pero, vuelvo a la dichosa comparativa que me perseguía, su propuesta es quizás menos rica, sin dejar de ser intensa, que la planteada por los principales protagonistas de "Crimen y Castigo", "Los Hermanos Karamazov", "Guerra y Paz" o "La Cartuja de Parma", donde sus tensiones internas, como personas adultas, muchas veces atormentadas, ofrecen una lectura de más fina línea psicológica.


(El autor en Dicken´s House, 48 Doughty St., Londres 1993)
En una segunda secuencia, una vez vencidos los momentos más crudos en la vida del joven David, y cuando parece que su devenir vital empieza a encauzarse de una forma más satisfactoria, la tensión del comienzo se transforma en una tensión existencial que dura prácticamente hasta el final de la novela. Se suceden los acontecimientos que, una vez atrás los más emotivos, los más ligados a la desprotección del niño-joven, asoman y se manifiestan ya en su madurez. La educación retrasada, la amistad, los lazos familiares, el amor caprichoso, el descubrimiento de la libertad (acomodada y sostenida financieramente) en la gran ciudad, los viajes y las visitas constantes a sus seres queridos, la aparición de personajes siniestros, el primer matrimonio..., su trágico final, el acomodo burgués, el exilio, el retorno.

Y al final, un poso de duda. Durante los días en que estuve inmerso en la lectura del libro, ¿he vivido una historia que deviene en un CUENTO con final feliz, casi "hollywoodiense"?, o, por el contrario, ¿se trata realmente de una NOVELA donde el círculo último se cierra de la forma más correcta para la mentalidad de la sociedad victoriana de entonces?

Charles Dickens 

Dicken´s House, Londres

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