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27 jul 2015

MEJOR LEYENDO EN CASA





FLASHBACK Nº 5 (SUMMER 2014)
Se suceden los días de fuego, incluso (y para mayor escarnio) las imágenes últimas que nos quedan de cada jornada casi siempre finalizan en un sórdido crepitar de rescoldos (como si quisieran restregarnos en la cara quemada su victoria), y al cabo de la diaria batalla veraniega pareciera que solo queda en el recuerdo una pequeña pérdida de vida, una herida que jamás sobrevivirá a la consiguiente costra resecada. Salvo para las monjas de clausura no hay tregua para nadie. Me acerco a la orilla de una playa imaginaria y recojo de la arena una galleta que el agua del mar devuelve. Y ya entre las palmas de mis manos abiertas queda disuelto el bronce olímpico que el Sol quiere mostrar como astro supremo. Extiendo sus bordes con mis dedos abiertos, como si ocurriera en la pantalla de una tableta informática cualquiera, y veo en su trasfondo unas líneas y letras sucesivas que bien pudieran invitar a una lectura inesperada. Es este, a continuación, el relato que el agobiante calor de entonces me permitió a duras penas descifrar.

El número 5 de Flashback, correspondiente al verano de 2014 (y poco importa lo que pueda significar ahora el retraso en la lectura del texto, la intensidad calorífica de un año a otro apenas recuerdo haya cambiado), ofrece en su cabecera un extenso e interesantísimo estudio sobre el grupo Blossom Toes. Una formación inglesa que viene a reflejar muy fielmente en su historial  el traspaso de poderes entre el reducto flower-pop psicodélico de los últimos años 60 y el comienzo de la década de los 70. Una época en la que aparecía por primera vez el llamado rock "underground", suerte de concienciación colectiva (tanto entre músicos como entre oyentes) que propiciaba la inmersión de la música rock hacia formas e ideas más elaboradas; donde las melodías, sin dejar totalmente su protagonismo, cedían paso a la progresiva sistematización de conceptos previos (libertad en los comportamientos, paz, antimilitarismo y revolución en las costumbres sociales, alineamiento ecológico...) para dar entrada a las consiguientes florituras instrumentales que el masivo uso y disfrute alucinógeno permitía entonces.

Los dos álbumes oficiales de Blossom Toes ("We Are Ever So Clean" e "If Only For A Moment", ambos ampliamente desentrañados) vienen a marcar con inusitada precisión temporal las claves del cambio de época y de la orientación musical. De la participación (un tanto forzada) de la banda en el mítico International Love-In Festival del verano de 1967 en Londres, en el que se les presenta como un grupo abanderado del mejor pop-psicodélico inglés, hasta la consolidación, ya a finales de 1969, de un estilo propio donde la brillante relación instrumental de las dos guitarras de Brian Godding y Jim Cregan (posteriormente con Cockney Rebel y en la banda de acompañamiento de Rod Stewart), anticipa lo que poco después ofrecerían grupos puramente rock como Wishbone Ash. Relato extensivo y didáctico que, para dar mayor empaque histórico a la época que acogió a la banda, no deja en el olvido sus primeros pasos musicales como The Ingoes, así como sus varios años de residencia en los mejores clubes de la ciudad de París (entonces plaza de acogida del mejor pop y rock inglés) y su rica y prolífica relación con un gran personaje como Giorgio Gomelsky, verdadero emprendedor musical al que se le reconoce, entre otras muchas hazañas, la subida al estrellato de bandas como Julie Driscoll and The Brian Auger Trinity.

Al hilo de grupos como Blossom Toes, que transitan entre el último estertor pop-psicodélico y la entrada en escena de la nueva orientación "underground" (verdadero cul-de-sac donde cabe desde el r&b progresivo hasta un folk-rock más desarrollado, la primera fusión con el jazz, el hard y el heavy inicial y la amplísima gama de colores del "american-west-coast-sound") este quinto número de Flashback da cabida a bandas tan interesantes como Arcadium, Room y Culpeper´s Orchard. Los primeros más conocidos (quizás) entre los aficionados gracias a su excelente disco "Breathe Awhile", paradigma del mejor rock progresivo inglés de 1969, y a su relación con el famoso club londinense Middle Earth (lugar originario también del sello del mismo nombre en el que publica la banda su citado álbum). Room, un quinteto progresivo de Dorset que, además de editar un magnífico Lp para Deram en 1970 titulado "Pre-Flight", pone de manifiesto la extrema crudeza que muchas bandas soportaban durante aquellos años de brillante creatividad y explosión artística. Pobreza económica, conciertos en condiciones muchas veces penosas, contratos leoninos con mánagers depredadores y, como colofón a situaciones de exigua supervivencia, la misma desaparición de la banda.

No es este el caso de penurias y problemas de todo tipo (aunque tampoco quede del todo alejado de un sinfín de aprietos y avatares), que afectaron a una banda como Fairport Convention en sus primeros años, aquí narrados bajo la visión de un amigo inicial del grupo, Kingsley Abbott. Personaje que comparte profunda amistad, piso, furgoneta (como propietario y conductor) y continuadas audiciones de su excelente y amplia colección discográfica con sus primeros miembros. Tiempo que incluye los momentos iniciales de la formación hasta la salida de su original dama Judy Dyble y la entrada posterior de Sandy Denny, además de la muerte en accidente automovilístico de su jovencísimo batería Martin Lamble. Sus grabaciones, ya como banda consagrada en el circuito londinense de la época, se reseñan desde la óptica de un colega más, aquel que escucha las opiniones más íntimas y cercanas de los miembros amigos. Desde su cierto desengaño con el primer álbum homónimo del grupo, hasta su mayor satisfacción con los posteriores "What We Did In Our Holidays", "Unhalfbricking" y la culminación de su "Liege & Lief", arquetipo del que, desde entonces (1969), está considerado como el mejor trabajo folk-rock facturado hasta ahora en las Islas Británicas.



Además de los informes reseñados para las bandas mencionadas, centrados en un rico, exhaustivo y contrastado material histórico (que incorpora también numerosos documentos gráficos de indudable valor testimonial), una revista como Flashback, que viene a superar las 200 páginas en cada una de sus publicaciones, incorpora otros temas de indudable interés para el aficionado y estudioso de estos asuntos. Desde un artículo sobre el hasta ahora desconocido Wally Richardson, renombrado guitarrista de sesión en el Nueva York de las décadas de los 50 y 60, hasta la crónica sobre la vida y milagros de Charles Royal, un expatriado británico en la costa oeste americana que dio a la luz su "World Countdown", una de las primeras publicaciones periódicas dedicadas a la música pop y rock (y que algunos consideran como la publicación oficiosa del Monterey Pop Festival de 1967). Pasando por Olav Wyper, creador del mítico sello británico Vertigo, antes ejecutivo de prestigio en sellos tan reconocidos como EMI, CBS, Philips y RCA, su visión desde dentro del propio entramado del negocio aporta, indudablemente, una paronámica más completa de una de las épocas doradas de la música moderna.

Aportación siempre más que interesante, y es algo a lo que Flashback nos tiene felizmente acostumbrados desde su primer número, y que consiste en un extenso repaso sobre un listado de discos cuya escucha y/o adquisición se consideran imprescindibles (entiéndase para los muy seguidores de los géneros y estilos musicales creados entre los años 60 y 70 del anterior siglo). En este número 5 se expone una magnífica relación de los 50 álbumes clásicos del rock europeo que, según reza la cabecera del artículo, ninguna colección que se precie debería pasar por alto. Dejando acertadamente al margen todos aquellos discos enmarcados dentro del "krautrock" o "space-rock" alemán de las décadas reseñadas, aparecen bandas y grabaciones desconocidas en su mayoría. Agitation Free, siguiendo un aleatorio orden alfabético (y dejando de mencionar a muchas de ellas), Gila, Kalevala, Orange Peel, Socrates Drank The Conium, Toad o Waterloo, además de las catalanas Máquina!, Pan & Regaliz o Tapiman (me falta Smash); grupos que, en definitiva,  mostraban una riquísima pasarela de opciones continentales para todos aquellos aficionados que comprendieron, pocos entonces, que el rock ni comenzaba ni terminaba exclusivamente en las orillas anglosajonas.

Artículos que dan a conocer a ingenieros de sonido, como el Vic Keary que ejerció su labor en los estudios londinenses de Lansdowne, Maximum Sound, posteriormente Chalk Farm, y sus grabaciones de finales de los 60 inicios de los 70 (Alexis Korner, Second Hand o Lol Coxhill, entre muchos otros fueron artistas que estuvieron bajo el control de Keary como ingeniero y productor); entrevistas que acercan al lector el lado más humano y relajado del Robert Plant granjero de Jennings Farm en enero de 1970, referencias literarias a recientes publicaciones sobre The Beatles, el Tony Mcphee de Groundhogs, Bert Jansch desde la óptica de su primera mujer Heather Jansch. La prolífica onda radiofónica del Los Ángeles de 1956 a 1972 o un exhaustivo artículo sobre gran parte de los instrumentos musicales que los Rolling Stones emplearon desde su nacimiento (apartado que inevitablemente favorece la relación de numerosas anécdotas sobre los músicos de la banda), otorgan además a la publicación un repertorio de temas de indudable atractivo para el lector interesado. Los comentarios ineludibles sobre discos editados y una última glosa sobre aquellos "clásicos nunca reeditados", esta vez le toca el turno al "Recital" (Warner Brothers, 1974) del gran grupo inglés Honeybus, cierran un número 5 de Flashback que, como logra en sus anteriores publicaciones, se consolida como una de las mejores revistas de música rock actualmente editadas.








6 jul 2015

HA GANADO GRECIA





ROLAND KIRK                       "THE INFLATED TEAR"
Ha ganado Grecia. Somos. Desde nuestro epicentro nos hemos lavado, y con el jabón que ha sobrado proponemos hacernos visibles enjaulados en pompas. ("Y me cuentan que agotaron los globos del cielo, allá donde pasaba Melancholia"1). Los asientos del teatro están sucios, y peor aun, huelen a herrumbre burguesa. La revolución empieza escribiendo. No me valen los discursos del pueblo representado. Reconozco el derecho del pueblo, el de los navajos, el de los chiriquowas, cheyennes y comanches. La espera de canción a canción es una muerte lenta, pero se sale de ella (gran ventaja) a los pocos segundos. Revivimos en la música porque es nuestra. La hicimos parte de nuestra vida, desde el inicio, sin saberlo. Fuimos abducidos, embelesados por un fuego atroz, garbancero, de serrallo aragonés. Y en esa seguimos, algunos más puestos habitan en los cielos. Doy fe que los más adustos aun estamos aprendiendo. Cada canción es nueva, no importa se haya grabado hace 50 años.

Si, ha ganado Grecia. ¡Qué bonito!, me he quedado a gusto, más que por los griegos (homenaje a la cuna de la democracia) por el gustazo de hacerles un gran corte de mangas a los burgueses. Somos demasiado demócratas, aceptamos el juego impostor del enemigo. ¿Sabemos quien es el enemigo? Si. Ha ganado Grecia.


En un momento concreto, sin cielo, solo unas cortinas rojizas sirven de escenario, tan amplio y tan profundo que no se viera el fondo. Al final del túnel hay risas contenidas y magdalenas de Proust. "The Inflated Tear", es el inicio. Un chasquido de piedras para conseguir el fuego. Aire caliente. Tan tórrido como el saxo de Roland Kirk cuando llama a todas las tribus de Israel. En las jaimas se celebra un ágape para el coleccionista de mariposas. Quisiera estar ahora en Holland Park, tumbado en el césped, dejándome llevar por la fresca lluvia de aceros. Dispuesto a lo que venga, me estreno con la erupción del volcán de toda la banda en mi resuello. Espero y creo. Recuerdo en lo que creí.Y lo hice  con "The Creole Love Call", y cuando lo hacía supe que mi verdadera pasión era decir cosas inconexas. El saxo, o el sexo (ya no me aclaro) de Roland Kirk, en su altos y bajos es de cimas y de valles, no hay más paisaje. Los sentidos se agolpan y galopan durante todo el tema, a veces con piano honky, otras con una armonía tan de alfombra interminable, como aquella de los reyes aúreos de Nirghana..

 "A Handful Of Fives". Partida de póquer y jugada perdida. A la siguiente también, y a la otra. El ritmo constante de la pieza mantiene el culo apretado contra la butaca ("Va por tí, Cifu") y el último rizo resquemado (de ganas de bailar al dólar caníbal de la América del 68) me llama sin prisa. Llamada que se repite en "Flight By Night". Diálogos entre cuerdos y locos, ¡que maravilla! Juegos de latitudes que no aparecen ni en el mapa, y si lo hace no se respetan. Libertad total. Ha ganado Grecia. El corte telúrico de bajo de Steve Novosel adormece la canción, nos lleva hacia el centro de la tierra. Cosa posible por ser el centro un punto álgido de música,  la tierra una pasarela de melodías a golpes de baqueta. Que alegro ma subito di domenticare me ha dado con el inicio de "Lovellevelliloqui", que subidón de energía cosmopolita. La lucha entre el saxo y el resto de la banda, los presentamos a continuación:


Ron Burton: piano 
Steve Novosel: bajo
Jimmy Hopps: batería

es guerra verdadera, cual  una legión de hoplitas que se baten bien el cobre en las Termópilas (ha ganado Grecia), en tono gospel-jazz.. Retorno la aguja al principio del disco. Existe esa voz interior que me lo ordena, y no me niego a ello. Quiero ganar a mi propia voluntad por la mano. Estoy (aparte de jugando al póquer), escuchando este disco de una forma distinta después de 45 años de escucha. "The Black And Crazy Blues", es blues de derribos y de áridos, y ya no me valen las ciudades. Ahora me invade mucho más una sensación de calor veraniego inaguantable (no hay poesía en Madrid, en Julio). Y esta pieza, queridas chicharras, locas chicharras, me da la paz que necesito. Es una oración íntima. A todos los dioses, a todos los demonios, a los fantasmas, a los amigos que se marcharon sin avisar. El final coincide con la despedida del funeral. Pareciera como si los cipreses se inclinaran al paso de la banda, su último aliento es un  ritmo construido desde la luz.  "A Laugh For Rory". Saxo juguetón, ton, ton, ton, y una estructura de bajo y percusión que se atreve a jugar en el circo de la competencia, y la banda sale de recreo. Líneas de flauta escupida sirven de puente a prolongados solos de pura materia prima, de marfil y de cáñamo. El piano de Ron Burton tuvo que exhibirse en el Museo de los Grandes del Jazz, sala teclados. "Many Blessings". Pieza inicial para lavarse los dientes por la mañana, evitando la mirada cara a cara con el espejo. La sensación de juego y aventura es de extremo frescor y la jungla va creciendo sin apenas medida.. El saxo de Kirk suena como la guitarra de Jimi Hendrix, alocado y tembloroso, libre y deseando ir a la ayuda de los demás miembros de la banda, todos flotando en un océano de pulsaciones. Otra vez destacadísimo, Ron Burton al piano.

"Fingers In The Wind". Entra el mercante. Esta es la palabra clave del disco "The Inflated Tear". 

"Rolando, eres un tío acojonante. !Cielo, cielo!..., ya no se ni de q. va la cosa.... La lágrima inflamada. Cuando escucho la versión del "Creole Love Call" siento tu llamada; donde la saliva del saxo se confunde con la sirena de los mercantes". (Escrito en el sleeve del disco, año 1978)

Si, el mercante que entra a puerto y trae todos los mares en su eslora.  Música que se inicia en el muelle, a pie de contenedor y de descargadores del puerto de Rotterdam. Regalías de incienso, adornos perfumados de  lavanda. La onda se va expandiendo de inmediato. Estamos a 10 de mayo de 1968, fecha de la grabación del disco, y también de acontecimientos históricos en París. Ha ganado Grecia. Cuando lo compro, en febrero del 78, (justo después de terminar la mili), decidí para nada modificar mi ideario de vida, ser un "hobo". Vuelve a girar la aguja por el disco, en una nueva versión de la noche. Es este el momento en que la brisa celeste de las musas se arremolinan entre mis piernas. Recuerdos de tantas escuchas de "The Inflated Tears", en tantas ocasiones diferentes; cada vez más mías, ahora compartidas. Pocas armonías como estas, genuinamente unidos el blues y el jazz, han quedado debajo de mi piel. Un flujo sanguíneo y cerebral de aceptar la derrota, acogido a la mecedora de la música. Roland Kirk, entre ellos, fue Sumo Sacerdote, con Monk, Parker, Gillespie, Coltrane. Un tipo capaz de hacerme recordar el esplendor en la yerba.

La segunda escucha, cerca de las dos de la mañana, es un torrente de ecos. Poco me importa ya el título de cada tema (yo, casi siempre engañando al olvido...), todo se sucede entre una explosión de aeroplanos cambiantes. Vuelos de saxo tenor, clarinete, vientos de un Kirk pletórico en sus modos más abiertos, más cercanos al blues y a la bossa, sí....., también a ritmo de bossa a veces en "Fingers In The Wind". El mercante otra vez, ¡que sensación de encuentro y de lejanía al unísono!. Voz de los mercantes que transportan mercancía esclava a América, la que se regenera por su música, la que queda en la memoria. Cambia el decorado. Cierro los ojos. Me dejo soñar por la entrada de saxo y piano en "The Inflated Tear", una y otra vez. Truenan los instrumentos en un apocalipsis de orquídeas, flores con aristas. ("Cifu. ¡Como te recuerdo en estos momentos!"). No es saxo, viento, percusión, ritmo de primeras lavadoras, lo que suena. Es Chuck Berry pasado por el aspirador monofásico de "The Creole Love Call", la voz del bayou que sube desde el delta hasta las ciudades del viejo Walt Whitman. Cáñamo y deslizamiento del saxo, brillantemente ahogado, hasta los pantanos de Louisiana. El redoble final de la batería es de gospel.

Lloran los niños del gueto negro de cualquier ciudad americana. En 1968 el país estaba en llamas de banderas, en una decisiva confrontación contra el racionamiento mental de la sociedad burguesa. E ignoro si mucha gente de entonces se emocionaba con la melodía instrumental de llamada a filas en "A Handful Of Fives", y su perfecto paso de oca hasta la entrada del viento de Kirk, extenso y pletórico de colores. Y la aparición final del bajo de Steve Novosel. Ecos de algodón gótico en Manhattan. Ya ven que menciono algunos temas, no lo puedo evitar. Si quieren gozar como yo lo estoy haciendo ahora (como lo haré siempre), cojan el disco y escúchenlo. La música ya camina sola, sin amparo, libre de cualquier atadura. La percusión de Jimmy Hopps suena a nave industrial, ecos fabricados entre columnas de hierro y techos ennegrecidos de cielo. Los temas están perfectamente ensamblados en su estructura rítmica. Es calle 52 también, y el Vanguard, y el típico parasol neoyorquino (que cubre la acera hasta la entrada al local) cubierto de amapolas de papel. La pura emoción de sentir el jazz como la taquicardia que nunca duele, el sol de piedra que nunca quema, la lágrima inflamada.

Ha ganado Grecia.






1) "Melancholia" de Lars Von Trier
2) Dibujo de Karla Frechilla

2 jul 2015

EL PACTO




DERRIBOS ARIAS                          "EN LA GUÍA, EN EL LISTÍN"
Podría empezar contando que la ballena sagrada me regurgitó en la playa de Gros, en San Sebastián, allá cuando los tiempos parecieran haberse difuminado. Hacía un calor aberrante, (como en estos días, en los que Clío se ha prestado a servirme de Musa). Tal era el horno exterior que cuesta pensar por un momento el existente en las tripas del inmenso cetáceo. Lo que si recuerdo es que lanzó un erúpto al estilo de parto de los montes, sin anestesia y con un ensordecedor grito de ultra tumba.. Un inmediato relámpago anunció el volcánico regüeldo de crustáceos que me dejó tirado en la playa, al mal fario de la próxima marea de las 19 y media. Tuve que buscarme la vida de inmediato. Una media hora después (lo calculé porque los latidos de mi corazón estaban cada vez más en mínimos) apareció paseando por la orilla un tipo estrambótico, una especie de cuerpo desmadejado que con sus brazos iba haciendo aspas de molinillo, ya que no era de tan gran tamaño. Comprendí mi perentoria necesidad y le lancé un destello superatómico. Las ondas ayudaron, hacia levante todavía, y mi aliento casi moribundo llegó hasta el humanoide, empañando sus gafas.


Recuerdo que me recogió del suelo con una familiaridad que en un principio extrañé. Me metió en la bocacha de sus lentes submarinos sin saber si debía o no aspirar mis alientos, a la saz casi postreros. Gafas acuáticas porque eso era lo que portaba el favorecedor de mi suerte, parecía que fuera a hacer cualquier tipo de inmersión futura. "Para mí querría esa inmersión, buen amigo", dije para mí, y "es posible que si hago bien mi juego te pueda vencer...". ¿De qué va esto?. Era una vida por otra, y de tal manera tenía que introducirme y manejar el alma de mi protegido para, viviendo en él, también llegado su momento deshacerme del mismo. Este mecenas del que hablo salió al poco de la playa y embarcó en un 2CV color gris azulado. Al abrir la puerta Clío dice que me encontré agradablemente sorprendido al ver la parte trasera de un vehículo convertida en un fumadero de cannabis. Sus pequeños altavoces de andar por casa colgados a ambos lados, con sus cables a la exacta altura del techo para no molestar. Una desvencijada alfombra persa recortada invitaba a tenderse y esperar la cena.

A mitad de marzo de 1983 estaba en Madrid. Llevaba un mes escaso grabando con su grupo Derribos Arias su primer larga duración, "En la Guía, En el Listín". Tenía las ideas claras en tanto que por fin aparecía la ocasión de subirse al tren de los ganadores. Cada día de grabación, espaciado por continuos conciertos y apariciones en medios, iba siendo más caótico, cómo a él le gustaba. La experimentación había llegado hasta límites desorbitados; el cansancio acumulado, la falta de sueño, el necesario emplasto mental de alcohol y drogas, les empujaba a él y a sus compañeros inevitablemente a hacer el loco con las máquinas, y en esa tarea, debo decirlo, mi protector era un primer campeón, su carácter de patoso curioso casaba aberrantamente con tal condición. Nada de ensayos previos, a cada momento una canción podía sonar totalmente diferente a como lo hiciera una hora antes, sus experimentaciones debían seguir el curso que en otras ocasiones anteriores tanto sorprendieron.  La crudeza arrítmica, el sonido sincopado con un bajo irritante, voces bellas e incorrectas, un torbellino de melodías que muchas veces paralizaban al oyente, fueron las armas de las que el grupo se valió (con un estilo tan propio dentro del panorama musical de aquellos años) para hacerse conocer. Textos de restringida comprensión, su mensaje o era una patochada o era genial.

Clío me advierte que ya va siendo hora de presentar a mi redentor, Poch. Si, éste fenómeno de la naturaleza fue el que suscribió conmigo un pacto mefistofélico al poco de encontrarnos en la playa de Gros. Yo le suministraría "aberrantina", una especie de vitamina reforzante de efecto múltiple, y él, a cambio y en agradecimiento a la inspiración que tal flujo le aportaría, en determinado momento aceptaría que yo adelantara su muerte. El asunto estaba en ver por cuanto tiempo nuestro acuerdo tendría efecto. Ni siquiera yo lo sabía y pensaba (aunque muy en el fondo porque mi misión no me permitía contemplaciones), que siempre que inoculara en sus leucocitos la dosis suficiente de entusiasmo salvaje, mi protegido (¿aprecian cómo se van tornando misteriosamente los papeles...?) podría sobrevivir temporalmente. Había escuchado un tiempo antes sus canciones "Branquias Bajo El Agua", "Dios Salve Al Lendakari" y "Vírgenes Sangrantes En El Matadero" y veía con claridad meridiana que su estado musical convencía a mucha gente de entonces, la mayoría de ellos moviéndose en una onda urbana que habían bautizado como "La Movida".

Poch, no lo supe hasta mucho después de su desaparición, había nacido 3 años después que yo en San Sebastián. (Me contaron que San Sebastián era una ciudad que estaba situada tan al norte de España que en realidad se encontraba en otro sitio distinto. Nunca entenderé del todo a estos humanos...). Allí comprobé que la felicidad más absoluta realmente existía. Allí era donde se comía muy bien y era fácil hacer cuadrillas con los hombres según el volumen de sus barrigas. Pero ellas eran más finas, lo pude comprobar en cómo evitaban mirar a mi amo cuando tantas veces, deslabazado y desafiante, cruzaba de acera a acera o hablaba con los semáforos.. "Este debe ir muy colocao...", musitaban,  "... o no es de aquí", apuntillaba otra. Parecía como si todos hubieran acordado ser felices a la fuerza, incluso en los tan abundantes días de lluvia. Y cuando mi amigo ("realmente no es amigo mío, recuerden nuestro pacto..."), viajaba a Madrid yo le notaba como más puesto. Y me creerán  si les digo que "notarle" a Poch era muy complicado, muy difícil. de conseguir. Sus compañeros de piso (lo "compartío" varios años con Pablo Carbonell de Toreros Muertos) lo atestiguaban cuando hablaban de su comportamiento de pájaro y de zebra, "una total inutilidad para la Hacienda nacional", decían.

Bueno, entonces en Madrid (en aquel mes de marzo de 1983) pasaban más cosas que en otros sitios en los que no estuve , y debo decir que puede ser posible ya que ni yo ni Poch parábamos quietos un instante. Cada nueva actividad creativa traía bajo el brazo el pan, el alcohol y las hierbas que para su fiesta inaugural se preparaba ipso facto. Las fotos hacían a los participantes famosos y se terminaban las noches unos cuantos días después, cuando aquellos que a la mitad se rendían eran de inmediato sustituidos por una nueva pandilla de hornadas irritantes, dispuestos a seguir el juego un día más. No había tregua posible. Cada línea de moda, cada surco de música, cada paletada de óleo, cada frase luminaria, cada película antes imposible, cada dibujo cómico se elevaban de inmediato a la altura de lo fantástico, de lo nunca visto en villa por lo general tan incrédula y pobretona. Y lo más sobresaliente es que esa situación daba pie a la gente para que su diversión fuera espontánea y contagiosa, así pues que había muchos que se lanzaban a realizar los equilibrios artísticos más inauditos. 

Alejo Alberdi, Juan Verdera, Manuel Moreno "Paul" y Poch (nacido Iñaki Gasca) están ahora juntos en la galería de arte de Fernando Vijande, aquel iluminado que trajo a Andy Warhol por primera vez al país. Van a presentar en un momento en público su nuevo disco "En la Guía, En el Listín". Ya están prácticamente todos sus amigos y enemigos preparados para asistir a uno de los acontecimientos más esperados de la temporada. Directores de cine y vídeo-clips (que entonces iniciaban su camino comercial), músicos de todas las bandas y estilos posibles (muchos ya incursos en lo deletéreo del famoseo), pintores, diseñadores de moda, artistas y actores modernos, críticos de magazines y literarios, escritores y poetas (casi todos de cierto éxito porque los bohemios se extinguieron y ya no se presentaban) celebran haberse conocido cuando la banda Derribos Arias inicia el concierto. El ritmo es tan chocante y agnóstico que muchos de los espectadores, sin saber realmente de qué va la música, hacen como que la entienden y, aun más, empiezan a hablar en alemán sin tener papa del idioma, y en menos de siete días. Vivir para ver.


Mi musa Clío, siempre atenta, está empeñada en rememorar la anécdota de aquel asistente desconocido que, al finalizar el concierto de presentación, abordó en plan jocoso a Poch y le pidió prestadas sus gafas. Según dijo, y ahora ya caigo, las quería para ver los textos de las canciones incluidas en el disco, tan diminutos como apósitos de insectos. Poch le contestó sin mirarle que no eran letras sino consignas, y se acercó a Mariví Ibarrola para ver qué tal le habían salido las fotografías, también para besarla. Y es así que el sorprendido asistente pasó a ser ninguneado además de desconocido pero, justo es reconocerlo, tenía toda la razón. Las letras eran ilegibles de tan escaso alimento ingerido y, para mayor incomprensión, aparecían textos de canciones que no se incluían en el disco. Ni yo mismo (siempre tan dentro de Poch, tanto que él no me privaba de acosarme con la constante humareda dulzona que ingería hacia sus pulmones) comprendía al principio las letras, y aunque quise pensar que no merecían en el fondo la pena, después me di cuenta de la profundidad y calado de lo que él llamaba sus consignas. Pongo un ejemplo, y a otra cosa: "Pero en Europa, si quieres venir a Europa / pero en Europa, no vengas nunca a Europa /...Norteamérica es ideal, si es que eres subnormal ". Más claro imposible.

Después del concierto de presentación  muchos engañaban a Poch diciéndole que había sido tan bueno como las grabaciones que se hicieron anteriormente en los programas de TV "Musical Express" y "La Edad de Oro", pero él se daba cuenta de que no era así. En el estudio Kirios, con la producción del ya casi de la familia Paco Trinidad, habían conseguido crear una atmósfera más estridente, resaltando el sonido profundo del bajo, instrumento que domina el tempo de la mayoría de las canciones, y dando libertad a que las guitarras sonaran brillantemente irritadas, como para ensalzar a gritos un funeral. Hay una presentación inenteligible en "Introducción" y una llamada chirrichirri a las vacas inicia los acordes de "Europa". Mayestática composición apoyada, también, por la trompeta de Iñaki  Fernández (Glutamato Ye-Ye). La versión velvetiana en "Pobre Cowboy Bill" le hubiera gustado a Poch dedicársela al Warhol que se pasó también por la galería Vijande. "Lo Que Hay" no pasa de más y "Aprende Alemán En Siete Días" no tiene la fuerza que consiguieron en sus directos, pero tampoco es una grabación floja, como algunos apuntaron años más tarde..

El resto de los temas, le quedan a Clío por inspirarme apenas ya unas líneas, dibujan maestramente tonos punk en "Íntima Decoración", con una tensión latente durante toda la melodía. Ritmos más sedosos y abiertos en "Crematorio", sin dejar de apretar ni un instante el gaznate del oyente, ahogándole con frases que rompen la cadencia melódica. "Misiles Hacia Cuba", más en tono acústico y también relajada sensación de paz espacial,  fomentada aquí  por el saxo de Karl -Ox. "La Chica de Brasil", perfecta estructura pop donde queda patente la conjunción instrumental de la banda, a pesar de sus intentos al contrario en tantas veces anteriores. El último tema, "Derribos Arias", se inicia enigmáticamente con la presencia de una madre-cabra para tornarse en una ópera de amables despropósitos vocales. Los instrumentos se quedan escondidos entre los escombros de la propia canción, ecos de batería y piano descendente (no se sabe si lo tocó el mismo Paco Trinidad o Luis Calleja) van marcando el ritmo final. Un verdadero atrevimiento para la época finalizar el disco sin apenas entenderlo.

El precio que tendrá que pagar Poch por esta singular obra "En La Guía, En El Listín" ya es algo que teníamos él y yo negociado. A tanto alzado el minuto de gloria y reconocimiento, tanto el peso y gravedad de la enfermedad que estaba a punto de confiarle. Enfermedad que en los primeros síntomas parecieron como propias extravagancias del muchacho de Gros, más tarde muchos se dieron cuenta que no era así. Pero eso sucedió más adelante. De momento, ahora mismo, cuando Poch propone a sus amigos (apenas quedaba en la galería Vijande suficiente ágape), dónde ir después del evento, nadie se llamó a engaño. Vamos a Rock-Ola, y si en la fiesta anterior introduje camuflado en mi gabardina un jamón cocido, en esta me embadurnaré con la tinta de un kilo de calamares y un par de pinzas, de esas de plástico de colada, sostendrán mis ojos y mi penúltima locura.